Santoral de la Órden

 








En los primeros años de la fundación descolló la madre Dorotea de la Cruz, fundadora de la Orden y priora en el primer monasterio de Alcoy y luego en Denia. A ella va dirigida la carta del fundador Juan de Ribera que constituye uno de los tres escritos carismáticos. 





Mariana de san Simeón
(1571-1631), la fundadora de Almansa y Murcia, que supo conjugar sus arrebatos místicos y su tendencia al retiro y a la austeridad con un envidiable pragmatismo y una gran perspicacia administrativa.

Nació en la villa de Denia, en Alicante, y fue bautizada el 24 de noviembre de 1569 en la parroquia de Ntra. Sra. de la Asunción. Recibió el nombre de María Ana, Mariana.  Su padre, Conrado Simeón, era marinero y comerciante, natural de la ciudad de Ragusa, y su madre Jerónima Fuster, natural de Denia.  Eran escasos de bienes de fortuna, pero buenos cristianos. De pequeña, Mariana fue una niña muy despierta e inteligente; aprendió a leer y a escribir, de forma que sus conocimientos le permitieron llevar y aclarar los negocios comerciales de su padre. Una niña compasiva con los pobres, a quienes, movida de caridad, atendía y servía en el hospital. 

El 25 de enero de 1604, ingresó Mariana en el convento de las Agustinas Descalzas de Denia. Hizo su profesión el 15 de febrero de 1606. En el monasterio desempeñó varios oficios: tornera, provisora y sacristana, entre otros, además de haber sido elegida para gobernar la casa como superiora y madre de todas las hermanas. A instancias del obispo de Cartagena D. Francisco Martínez, la Madre Mariana fundó otro convento de Agustinas Descalzas en Almansa, donde llegó el 6 de enero de 1609. Mucho tuvo que trabajar en los principios de esta fundación de Almansa por la falta de recursos económicos para sustentarla.  Fue entonces cuando la Madre, ayudada por la gracia de Dios, inventó el arte de tejer la lana, fabricando prendas con las que socorría a los pobres, al tiempo que vendía y hacía los hábitos de las monjas.

Obtenida la licencia del Consejo Real para fundar en Murcia, se dispuso la M. Mariana a poner por obra la orden del obispo. Salió con sus monjas de Almansa a mediados de febrero, en pleno invierno. Iba muy enferma y con calentura. Llegaron a Murcia el domingo 21 de febrero de 1616, alojándose esa noche en casa de la fundadora Dª Luisa Fajardo, en Espinardo. La fama de santidad de que venía precedida la Madre, atraía a multitud de gente deseosa de conocerla y tratar con ella. Así, una de las principales jóvenes de Murcia abrazó la nueva reforma de las Agustinas Descalzas. Esta joven, rica y bella, tenía 16 años, y se llamaba Luisa de la Santa Cruz. 

La Madre Mariana procuró que se guardara fielmente la Regla y Constituciones en sus conventos, medios para alcanzar la santidad de vida a la que las monjas aspiran. Fue de excelente capacidad intelectual, viva penetración, agudo ingenio y gran corazón. 

Entregó su alma a Dios el 25 de febrero de 1631, a los 61 años, siendo priora y servidora de todas las hermanas de la comunidad que había fundado con tanto amor y deseos de servir al Señor, a la Iglesia y a la humanidad.

 


Inés de la Cruz (1588-1651) Mujer de oración y alta contemplación fue piedra angular de la recién iniciada fundación de Olleria, donde fue madre, maestra y modelo tanto en lo humano como sobre todo en lo espiritual. Enamorada de la Pasión del Señor Jesús recibió gracias y dones especiales en la contemplación de estos misterios.

Jerónima Nicolini nació en 1588 en Alicante. Fue hija de Sebastián Nicolini y Blanca Mucio, nobles genoveses establecidos en Alicante, y hermana del canónigo y escritor Sebastián Nicolini († 1681). El matrimonio tuvo cinco hijo, un varón – Juan Bautista – y cuatro mujeres, todas ellas religiosas del convento agustino de La Ollería, signo de una sólida formación cristiana. Desde joven sintió Jerónima el atractivo hacia la vida espiritual. Alimentó su fervor religioso con la recitación diaria del rosario, la frecuente asistencia a misa, y las lecturas de destacados autores: Luis de Granada, Pedro de Alcántara y Santa Catalina de Siena. Ya fallecido su padre, a los 15 años tuvo lugar su “conversión definitiva”, según refiere ella misma, y vistió el hábito de terciaria dominica. Algunos años después, una vez informada de la recién iniciada fundación de las agustinas descalzas y el propósito de fundar en La Ollería (Alicante), tras especial llamada del Señor a la vida de mayor oración, soledad, quietud y recogimiento, ingresó en este monasterio de San José y Santa Ana, cuando sólo llevaba diez meses fundado. Tomó el hábito agustino el 3 de junio de 1612. Así, pues, Jerónima Nicolini se convirtió en una de las primeras vocaciones del nuevo monasterio, ejemplo que siguieron tres de sus hermanas: Juana Ángela de San Nicolás, Blanca de Jesús y Agustina de la Trinidad, que falleció durante el año de noviciado. En el mencionado convento de La Ollería emitió la profesión religiosa el 5 de junio de 1613 y al día siguiente recibió el velo de Esposa de Cristo, momento en el que adoptó el nombre de Inés de la Cruz.

Su equilibrio y buen juicio en los acontecimientos y determinaciones fue valorado por sus hermanas de hábito, convirtiéndose en fiable consejera. Nueve meses después de profesar fue nombrada maestra de novicias. Destacó por su profunda humildad y extremada mortificación. Poco más de dos años después y tres de su profesión salió elegida priora de la comunidad, aunque se le dio el nombre de vicaria porque no tenía aún la edad canónica para ejercer este oficio, una vez dispensada por el obispo de la diócesis. En 1620 era priora en

propiedad, cargo en el que permaneció durante veinte años y en el que forjó tanto su personalidad como la historia del monasterio. Como verdadera madre de todas las religiosas siempre estuvo dispuesta y disponible ante quien la necesitase a cualquier hora del día como de la noche. En beneficio de la edificación espiritual de sus hijas empleaba los dones recibidos del cielo, y en especial su conocimiento de los espíritus, siempre ejercido con suma discreción y dejando traslucir la caridad que la movía a manifestar los hechos y pensamientos ocultos.

Manifestó especial devoción hacia la Santísima Virgen María, San José, Santa Ana, San Agustín, San Nicolás de Tolentino, Santo Domingo y San Francisco de Asís. Ayunaba casi de continuo, de manera que “solo comía para vivir, y no vivía para comer”, sentencia Jordán (Historia, II, 623). Por diferentes partes del cuerpo tenía repartidos rigurosos cilicios: brazos, piernas, cintura, pechos y espalda. Las disciplinas eran frecuentes y continuas las vigilias. Sus éxtasis, apariciones, visiones y meditaciones de la Pasión del Señor, principal fuente de oración e inspiración, fueron el móvil que llevó a su confesor, el P. Barberán, a mandarle por obediencia que escribiese sus apuntes espirituales. Esta obra se conserva junto con los testimonios de varias religiosas que convivieron con ella y que dan fe de la vida singular de Inés de la Cruz. Uno de los testimonios corresponde a su propia hermana, Blanca de Jesús, entonces priora del convento; y Juana de Santa Gertrudis, una de las primeras novicias que formó la madre Inés y que siempre gozó de su íntima confianza.

Tras una larga enfermedad falleció el 26 de mayo de 1651. Este hecho produjo beneficios espirituales a la comunidad y a cuantos a ella se encomendaban. Su cadáver fue depositado dentro de un arca de madera en el hueco de la pared, junto a la sepultura común de las religiosas del convento. Al año siguiente, el 8 de julio de 1652 tuvo lugar la oración fúnebre, en la que predicó el agustino Jaime López, que había sido su confesor. Numerosos han sido los favores, consuelos y curaciones realizados por intercesión de Inés de la Cruz.

 




María de Jesús (1612-1677) fue otra alma de oración, amante del retiro y desprendida de todo lo terreno, pero ni el amor a la soledad ni las frecuentes desolaciones ni la conciencia clarísima de sus miserias le impidieron moverse con singular clarividencia en la fundación de Jávea. 

Nació en Oliva (Valencia) en 1612. Hija del valenciano Pedro Gallart y Francisca Ferrando. A la edad de ocho años quedó huérfana. Unos años más tarde recibe el hábito de San Agustín en el convento de Alcira, y luego se traslada a Denia. Fue allí donde su confesor, el padre Salvador Barberá, le ordenó hacer una relación de los favores recibidos; la monja aprendió a escribir con este propósito. Es importante señalar que debido a sus experiencias místicas, estuvo bajo la supervisión de sus superiores. Sor María de Jesús mantuvo una relación espiritual con su madre Francisca López, así como con la beata franciscana, Catalina Ferrer, quien fue su madre espiritual durante dieciocho años. La monja fue la fundadora del convento de agustinas de Jabea el 1 de septiembre de 1663. Murió el 20 de julio de 1677.

Sobre sus escritos hay que hacer referencia a un Camino de Perfección, que podemos leer en la obra de Boix Es una redacción en prosa castellana compuesta por 33 capítulos. Su autobiografía, fue escrita por orden de su padre espiritual (1673), que se incluye en el libro de la Vida y escritos de la Venerable Sor María de Jesús. En el relato de su vida Gallart cuenta cómo su hermano, fray José, confesor de su madre Francisca López del Santísimo Sacramento, le encargó que escribiera lo que de ella sabía, por estar decidido a escribir su vida y sobre la Madre Catalina. Sus escritos, salvados de las llamas durante la contienda de la Guerra Civil española, hoy se encuentra en el museo de las MM. Agustinas Descalzas de Benigánim.


Juana de la Encarnación (1672-1715) del convento de Murcia, autora de un libro titulado Confesiones, donde relata sus experiencias místicas. Sus escritos son el grito de un alma que se consume de amor a la pasión de Cristo y a la vez una excelente guía de oración. Alternan en ellos páginas repletas de requiebros y exclamaciones, en que la autora intenta liberar el amor que embargaba su alma, con exposiciones más serenas de los acontecimientos de la pasión y reflexiones sobre los beneficios que en ella pueden encontrar las almas devotas. 

Sus padres, Don Juan Tomás Montijo y Doña Isabel M.ª de Herrera, contrajeron matrimonio en Perú ya muy adelantado el siglo XVII. Ambos, de noble familia y de costumbres muy religiosas, decidieron volver a España para llevar adelante su vida de familia con más sosiego. Su única hija, Juana de la Concepción, nació en Murcia el 17 de febrero de 1672.

La niña fue, desde un principio, la alegría de la casa; de natural dócil, amable, agraciada e inteligente. De igual modo en su priorato las hermanas destacaban su humildad y capacidad de ganar las voluntades por su cercanía a cada hermana, sobre todo en situaciones de necesidad, bien por enfermedad, bien por pasar momentos de inquietud interior; sabía acompañar, animar y consolar.

Cuando se le permitió dejar su cargo de priora, fue nombrada maestra de novicias, oficio que desempeñó durante los últimos cuatro años de su vida. En este tiempo, su existencia se desarrolló aún con mayor retiro, por vivir con las novicias en la parte del noviciado, separada de la comunidad.

Agraciada por Dios y combatida por el Maligno, se vio visitada por la enfermedad los últimos días de su vida. Por esos días recibió la visita del obispo diocesano, Monseñor Francisco de Angulo, quien la tenía en gran estima. Para sorpresa del mismo, la madre Juana no sólo le habló de la muerte que ella esperaba inmediata, sino que le avisó de que él también debía prepararse, porque en breve igualmente fallecería, como así ocurrió. Las religiosas relatan que, durante los últimos días de su vida, se daban con frecuencia ausencias de la enferma por los éxtasis en que entraba; sin embargo, hubo uno muy especial, a partir del cual, volvió más del Cielo que de la tierra. Poco después, el 11 de noviembre de 1715, con gran suavidad, casi sin que las hermanas que la rodeaban se percataran, discreta como había tratado de vivir, a la edad de 43 años, marchó su espíritu al encuentro del que tantas veces había invocado como Dios incomprensible, amabilísimo y eterno, omnipotente, inmenso, verdadero, santo, sabio, justo, poderoso, suave, fuerte, misericordioso, todo deleitable y perfectísimo.

 


Margarita del Espíritu Santo (1648-1719) que murió, en olor de santidad en el monasterio de santa Úrsula de Valencia, se conservan algunos manuscritos de sus cartas y apuntes espirituales. (Leer más)

Nació en un hogar cristiano. Desde joven quiso ser carmelita descalza y así lo hizo, entrando en el monasterio de San José de Valencia. El Señor la quería agustina descalza y la trajo a la Orden, después de algunos avatares, donde se santificó en silencio y penitencia. Profesó el 6 de octubre de 1684. Fue contemporánea de la Madre Inés, que, a su vez, mantenía relación con las monjas de ese monasterio. Fue devota de los misterios de nuestra salvación, en una visión el Señor le mostró los signos de la Pasión grabados a fuego en su alma. Devota también de San José, creció y murió en la vida religiosa, a la sombra de monasterios a él dedicados y sus biógrafos, cuentan que este glorioso santo era el muro en el que rompían todas sus olas y tribulaciones, porque para todo se encomendaba a él. Fue un alma con profundo sentido de la responsabilidad que supone ser monja, ofrecía todo lo desagradable que le pasó en vida, para que Dios fuese honrado, por la conversión de los pecadores, por la paz en el Reino.

En el monasterio de Benigánim se conservan, dentro de una arqueta de madera que trajeron las monjas de Valencia (este convento acogió a la comunidad al cerrar el de Valencia) todas sus disciplinas, y una camisa que llevaba debajo del hábito de cota de malla. Vivió tan cerca de Jesús que experimentó en sus continuas visiones, junto a Él y por amor al mundo, las horas de su cruz. Murió después de varios accidentes cerebrales, el 29 de enero de 1719 a los 71 años. Gozó de fama de santidad, muy querida por su comunidad, que conservó sus reliquias, escritos espirituales y sobre todo su recuerdo y veneración. Su causa sigue estancada hasta que Dios quiera. Sus restos mortales descansan en la Ermita de Santa Ana, en el Monasterio de Agustinas Descalzas de Benigánim.

 

Vicenta del Corazón de Jesús.


“Profesó en Valencia desde donde partió al Dios y Padre de todos, vivió y murió escondida con Cristo en la Trinidad, manifestando una devoción notable por la humanidad de Jesús y su Corazón Sagrado”. 


 

 

 


 

JOSEFA DE LA PURIFICACIÓN

Agustinas Descalzas, Benigánim
Bta. Josefa M.ª de la Purificación
Nació en Algemesí (Valencia) el 10 de junio de 1887 en el seno de una familia de agricultores profundamente cristianos. De su padre, Vicente, no quedan noticias especiales. Murió el 31 de julio de 1916. La madre, Teresa Ferragut, tuvo siempre fama de cristiana fervorosa. La abundante floración vocacional con que Dios la bendijo confirma esa opinión. Su único hijo profesó como capuchino con el nombre de Serafín de Algemesí y cinco de las seis hijas ingresaron en conventos de clausura. María Vicenta, María Verónica y María Felicidad lo hicieron en el convento capuchino de Agullent (Valencia); otra, de nombre desconocido, en San Julián de Valencia; y nuestra María Josefa en las agustinas descalzas de Benigánim. Sólo Purificación quedó en siglo. Las tres primeras y su misma madre acompañarían a María Josefa en la prisión y el martirio. La cuarta murió antes de la guerra de 1936. María Josefa hizo sus estudios primarios en el colegio Santa Ana de su pueblo. De joven llevó una vida retirada como todas sus hermanas, y muy pronto se sintió llamada a la vida religiosa. Visitaba la iglesia a diario, comulgaba con frecuencia y se encargaba de adornar el altar del Sagrado Corazón. El 2 de febrero de 1905 vestía el hábito agustino descalzo en Benigánim (Valencia) y al año siguiente pronunciaba sus votos. Fue priora de la comunidad durante un trienio (1932-35) y al estallar la guerra desempeñaba el oficio de maestra de novicias. En 1931, a pesar de amenazas y peligros evidentes, no quiso abandonar el convento y permaneció en él con otras seis religiosas. En julio de 1936 también quiso permanecer en su amado convento. Pero al no encontrar quien secundara sus deseos, hubo de abandonarlo, buscando refugio en casa de su madre. En ella se hallaban ya recogidas sus hermanas capuchinas. Todas juntas hicieron durante unos meses vida auténticamente monástica, guardando la clausura, rezando el oficio divino y respetando las horas de silencio y recogimiento.  Cual nuevos macabeos El 19 de octubre de ese mismo año, hacia las cuatro de la tarde, un grupo de cuatro milicianos se presentó en la casa para llevarse a las religiosas.  A las 10 de la noche del día 25, fiesta de Cristo Rey, las cargaron en un camión y a la entrada de Alcira, en el término conocido con el nombre de “Cruz Cubierta”, las fusilaron una tras otra. Los milicianos habían pensado comenzar con la madre, pero la intrépida heroína les rogó que comenzaran con sus hijas y luego podrían seguir con ella. “Quiero saber qué hacéis con mis hijas. Si las vais a fusilar, matadlas primero a ellas y después a mí. Así moriré tranquila”. Y después, a ejemplo de la madre de los Macabeos, volviéndose hacia sus hijas las alentó a no traicionar en el momento de la prueba el amor del esposo. “Hijas mías, sed fieles a vuestro esposo y no consintáis en los halagos de los hombres”. Momentos después veía cómo los cuerpos de sus hijas rodaban uno tras otro por el suelo, víctimas del plomo asesino. Los milicianos llevaron los cuerpos de las cinco mártires al cementerio de Alcira, desde donde día 2 de julio de 1939 fueron trasladados al de Algemesí. Luego los sepultaron en la cripta del convento de Fons Salutis y, por último, el 16 de abril de 1961, los depositaron en la iglesia parroquial de San Pío X de la misma localidad.
 

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